Género, COVID-19 y Sistemas alimentarios:
impactos, respuestas comunitarias y reivindicaciones políticas feministas
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Esta publicación es un informe del Grupo de Trabajo de Mujeres del MSC. Fue escrito por Jessica Duncan y Priscilla Claeys en colaboración con el Grupo de Trabajo de Mujeres.
“No volveremos a la normalidad porque la normalidad era el problema.”
Con esta frase proyectada en la fachada de un edificio de Santiago de Chile en marzo de 2020, los movimientos de base y feministas articularon claramente su perspectiva sobre la crisis ocasionada por la COVID-19. Se trata de una crisis mundial profunda y sin precedentes que está exacerbando e impulsando formas sistémicas preexistentes de desigualdades patriarcales, opresiones, racismo, colonialismo, violencia y discriminación que son intolerables.
Franqueados por esa frase, que ocupaba el espacio público y dirigía la atención al edificio, los movimientos feministas también proclamaron que no se rendirían al aislamiento y el silenciamiento de sus voces, luchas y demandas durante esta pandemia.
La pandemia de la COVID-19 ha dejado al descubierto las vulnerabilidades y debilidades estructurales de nuestros sistemas alimentarios. El neoliberalismo, el capitalismo global y el feudalismo han erosionado durante décadas nuestros sistemas de protección social y bienestar, fomentando la privación colonial estructural y el acaparamiento de los recursos naturales del sur global, violando los derechos humanos, dañando los ecosistemas y la biodiversidad y fortaleciendo la división sexual del trabajo, dejando a las mujeres que se enfrenten solas a la carga del trabajo reproductivo, productivo y social.
Desde una perspectiva feminista, la crisis de la COVID-19 es, en efecto, una crisis de atención de la salud a nivel mundial, en la que los Estados y los Gobiernos no han dado prioridad a los intereses de las personas, mientras que las empresas (transnacionales) captan y desmantelan cada vez más los bienes comunes públicos para imponer su propio interés privado. Asimismo, esta pauta queda bien reflejada en los actuales sistemas de producción y consumo de alimentos.
Se ha sugerido que la pandemia de la COVID-19 podría añadir entre 83 y 132 millones de personas al número total de personas subalimentadas en el mundo en 2020, en función de la coyuntura del crecimiento económico. En efecto, debido a las funciones distribuidas en función del género, las mujeres corren el riesgo de sufrir un impacto desproporcionado, ya que se encuentran literalmente en la primera línea de la crisis. La mayoría de las personas que se ocupan de la producción y el suministro de alimentos para sus hogares son mujeres y niñas y, del mismo modo, son mayoría en las tareas de enfermería y trabajo social, se emplean como trabajadoras agrícolas y también asumen empleos como docentes y maestras. No obstante, se las ha tratado como si fueran invisibles y han sido ignoradas sistemáticamente en las investigaciones y las respuestas a la pandemia.
Las desigualdades y la discriminación por razón de género están moldeando la pandemia de la COVID-19 de forma tangible y significativa y continuarán haciéndolo. El espíritu colectivo y la intensidad emocional generados durante esta época de crisis pueden movilizarse, como así ha sucedido, y es probable que sus efectos sean mayores hoy en día. Los esfuerzos dedicados a la prestación de ayuda mutua, el monitoreo de los encargados de formular políticas, la defensa de los derechos de las mujeres y las trabajadoras, la creación de fondos de huelga para extender las prestaciones de salud a quienes que perdieron sus empleos, el fortalecimiento de la educación popular y la organización de la distribución de alimentos, ofrecen una perspectiva de la crisis “desde la base” y nos proporcionan ejemplos específicos de la reconstrucción de los tejidos sociales basados en una solidaridad concreta. Los movimientos feministas y de soberanía alimentaria han sido —y siguen siendo— fundamentales en estos esfuerzos.
En este contexto, el presente informe resume la investigación sobre los efectos de la crisis de la COVID-19 en las mujeres en cada uno de los sectores y las regiones del Mecanismo de la Sociedad Civil y los Pueblos Indígenas (MSC) para las relaciones con el Comité de Seguridad Alimentaria Mundial (CSA) de las Naciones Unidas y entre esos sectores.. Sobre la base de la investigación, el informe resume los actos de ayuda mutua y solidaridad, así como los impactos negativos experimentados por las mujeres en todo el mundo. Se identifican los principios para orientar las políticas y los programas y se articulan las demandas políticas concretas en cuatro esferas: 1) actividades económicas, mercados y acceso a los recursos; 2) trabajo de atención, salud pública y violencia de género; 3) participación, representación y equidad digital; 4) respuestas gubernamentales y protección social.